Llega cierto punto en el que se torna cansador tener que tolerar ciertas cosas. Sí, habla la persona más intolerante, lo sé. Cuando hice mi cuantiosa lista de amos y odios no mencioné que odio que la gente no cumpla con lo que dice. Odio las falsas promesas. No se debe prometer algo que no puede cumplirse: es ley.
Todo el palabrerío, sinceramente, me agotó. No hay que hablar, hay que hacer. Dejar de lado las actitudes caprichosas, las promesas inconsistentes. Jugarse por el sí, por el no, por la aceptación o la negación. Pero jugarse.
Lo más odioso de todo es que esas promesas generan expectativas. Porque uno es crédulo, confía, es humano. Partiendo de las expectativas, proseguimos con el incumplimiento y derivamos en la decepción. Decepción que es evitable, sólo si nos proponemos ya NO ESCUCHAR a la gente. Linda moraleja, ¿no?
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