Por momentos siento que ésta no es mi historia. Que lo que hago no es propio de mí, que mis palabras no son mías. Es una historia que se escribe sola, que me lleva, que me trae. Me define, me motiva, me hace actuar, hace que me arrepienta, que me equivoque, que aprenda. Eligió personas que me quieran, personas que me hagan mal, personas que me acompañen, personas que no. Puso cada uno de los obstáculos a ser superados, me demostró mis debilidades y mis fortalezas, me dejó ganar y también perder. Me enseñó que se puede sentir tanto como se puede hablar, pero que no todos los sentimientos generan cosas buenas. Mi historia siempre me recordó el significado de la palabra ‘Amigo’. Me hizo sentir única y me guió para poder encontrar lo que hace únicos a los demás. Esta historia no se escribe día a día, porque nunca se detiene. Me deja ser, permite que mi libre expresión sea más libre que nunca, pero a pesar de eso es inevitable sentir por momentos ese deseo de querer que termine, que llegue a su punto final. Esto es porque no es la historia que elegí y porque no tengo sentido de pertenencia, porque si vamos al caso, yo no elegí ninguna historia y reitero; ésta no es mi historia. ¿Y qué hacer? No encuentro la forma de cambiarla, o de modificarla. Es difícil de entenderlo pero más difícil es asumirlo; no todo tiene una respuesta. El cadáver de lo que fui, la figura que soy hoy en día, y lo que algún día seré son mi historia, ¿entonces por qué esta no es mi historia? Porque por perder el tiempo en pensar en todas las cosas buenas y malas que tenía en ella me olvidé de vivirla y mi ceguera no me dejó ver que yo, yo soy mi propia historia.
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