El presentimiento es un problema que me agobia últimamente. En un lenguaje convencional, presentir es saber o simplemente tener la sensación de algo que sucederá. Presentir, en mi propio lenguaje, es un factor que desequilibra. Es sufrir sin un poco de anestesia, cargar con una mochila pesada y no entender por qué. Es un vacío en el estómago, una sensación que me hace permanecer con los ojos abiertos, con los oídos atentos. Es saber que hay un fin, y además, creer conocerlo. Quita toda expectativa, suprime cualquier ilusión.
Cuando presentir implica sonreír de antemano, es porque sobra la seguridad. La seguridad que me falta y siempre me faltó. En estos casos, me inunda una sensación extraña, que suele ser pasajera. Por el contrario y retomando el caso anterior, un presentimiento genera más y más inseguridades. Antes de efectuar el siguiente paso, la duda encabeza la cuestión. ¿Y por qué? Porque lo que, de cierta forma sucederá, ya se percibió. Se percibió en la mente, abierta o cerrada, clara o confusa.
Presentir, de cualquiera de las dos formas, incluye una total negación a dejarse sorprender y a permitir que las cosas transcurran libremente, a su debido tiempo.
Presentir le expropia significado a la acción de sentir, su respectiva intensidad y valioso porvenir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario