14 dic 2008

Libre

El día que la vida nos levantó de la cama y nos enseñó lo bueno y lo malo, ese día también fue un día normal. A partir de ahí, entendimos que todo acto, llevaba consigo una consecuencia, y ésta dependía del mismo. Nos llenamos la cabecita de preguntas con y sin respuestas, nos planteamos y nos replanteamos situaciones de la vida cotidiana y alborotamos nuestras ideas, porque así había que vivir. Cada sonrisa o cada llanto, venía siempre después de cada juicio. Porque si no juzgamos nunca un hecho, no nos marca, simplemente pasa desapercibido. Las emociones están presentes a cada instante. Nuestro estado anímico, el cambiante. Nuestros gustos, diversos. Cada pasión, intensa.
La primera vez que tuve un papel en blanco ante mis ojos y un lápiz en mi mano, sentí libertad. Esa libertad que tantos desconocen. Yo era libre de trazar una línea y decir mil cosas, incluso sin conocer el abecedario, y hasta sin conocer el significado de las palabras. Era libre porque tan sólo con ese trazo yo podía ser. Y empecé con los dibujos. Generalmente éstos eran animalitos, o personas de mi familia, o del jardín de infantes. Por más que llenase de colores aquellos dibujos, yo sentía que todavía no eran quienes querían que fueran, los notaba incompletos. Y así, como quien no quiere la cosa, fui aprendiendo a escribir. Infaltables las faltas de ortografía y las letras del revés, pero se hacía lo que se podía, claro está. Apliqué mi nuevo conocimiento a los dibujos, inventándoles historias, por más pequeñas que fueran, siempre les buscaba un punto de partida, un objetivo, un destino. Porque ellos también debían llorar, sonreír, cambiar su estado anímico y tener sus propios gustos. Yo era libre de brindarles todo eso, y hasta mucho más si me lo proponía.
Hoy, con casi dieciocho años, entendí que esa libertad todavía la tengo, pero manejar una vida no es nada sencillo.

1 comentario:

Manu dijo...

Afuera no es igual que adentro, nunca.

Te quiero mucho, Flor :)