
Una niña común, a simple vista normal. Nueve años y medio, cabello enmarañado color castaño y una leve sonrisa. Anunciaba el reloj de la iglesia las siete en punto de la mañana, mañana oscura, plenamente invernal. La niña caminaba a un paso impredecible, sus cordones desatados no causaban inconvenientes, ella sabía que si seguía, todo iba a estar bien. Observaba a su alrededor como si acabase de nacer, veía tan extrañada a esa gente que vestía trapos sucios y dormía en los bancos de la plaza. Miraba sumamente fascinada los autos, de tantos colores y formas, los carteles y afiches con propagandas, los semáforos…(qué aparatos extraños esos semáforos, pensaba, con el simple hecho de prender y apagar una luz, suman o restan vidas.) El olor a pan recién horneado fue captado por su sentido del olfato, y logró dejarla ensimismada alrededor de unos treinta segundos. No había pensado el cruzarse con algún panadero tan estupendo, realmente no se le había ocurrido, pero no era obstáculo alguno, todo iba a estar bien ese día, ella lo sabía. Se cruzó con caras tan familiares, dibujadas en niñas que la invitaban a jugar a la rayuela; ¡cómo le divertía saltar y cantar al compás de una rayuela! Si alcanzaba el cielo, quizás recibiera un premio...la propuesta era tentadora, pero tenía que seguir, tenía que poder, todo iba a andar bien. De repente todo fue diferente, se sintió tan segura que hasta le pareció dar pasos agigantados. El equilibrio era inherente, no contaba con tensiómetro alguno, pero sabía que su pulso cardíaco era el mismo de siempre, nada había cambiado, todo estaba bien, tal como lo había planeado. El desierto del Sahara lejos, pero las nubes tan cerca…a un lado, a otro, se encontró con su cabello danzando al viento y sus brazos rebeldes, queriéndose despegar del cuerpo, era tan placentero…
No iba a detenerse a saciar su hambre y mucho menos su deseo de volar. No iba a atar sus cordones, no iba a alcanzar el cielo, no aún.
No iba a detenerse a saciar su hambre y mucho menos su deseo de volar. No iba a atar sus cordones, no iba a alcanzar el cielo, no aún.
“Todo va a estar bien” dijo el médico.
“Lo sé, y porque lo supe, acá estoy”, murmuró ella.
Recordó los semáforos, y sus ojos comenzaron a abrirse lentamente…
(Sé que no hacía falta tanta vuelta, pero me pintaron esas ganas inexplícitas. También sé que llegamos a la misma conclusión: hay veces que nuestra simple convicción, es lo que nos lleva a alcanzar nuestro objetivo, así que un recordatorio en el celular ilustrando un 'vos podés flor' nunca viene mal)
2 comentarios:
AI SIEMPRE TAN LINDO LO QUE ESCRIBIS.
UN BESO.
Le podes contar a Flor que la extraño?, gracias!
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